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  • Foto del escritorLa Pampa

La luna de Gerónimo


Cuento, colaboración de Darío Lobos (*) El sol abrasaba con furia la llanura, el verano seco e impiadoso castigando el desierto pampeano; el lecho seco del río parecía una gran cicatriz sobre la tierra agrietada y sedienta, de tanto en tanto salpicada por unas matas duras y amarillentas, despeinadas y raídas por el fuerte viento …

Cuento, colaboración de Darío Lobos (*)

El sol abrasaba con furia la llanura, el verano seco e impiadoso castigando el desierto pampeano; el lecho seco del río parecía una gran cicatriz sobre la tierra agrietada y sedienta, de tanto en tanto salpicada por unas matas duras y amarillentas, despeinadas y raídas por el fuerte viento que nunca da tregua. A la vera del antiguo cauce se mantenía a pie firme un solitario sauce llorón; su largo tronco y sus ramas sin hojas eran lo único elevado del desolador paisaje, mientras sus raíces arañaban visibles el canal reseco imaginando que por allí corría el agua, como antes. Sí, es que antes de la creación del dique río arriba la ribera mantenía una variada vegetación y animalitos amigos que de a poco fueron emigrando hacia sitios más benévolos.

Gerónimo, el sauce, seguía vivo, pero cuánto tiempo más… Las escasas lluvias solo eran una prolongación de su agonía. Un nido de hornero en una de sus ramas era el fiel testimonio de un pasado mejor; sus habitantes se marcharon junto con el agua del río y solo quedó el sauce con su tristeza y soledad a cuestas. -Hola, Gerónimo, ¿cómo anda? -preguntó Cholito, un chimango que a diario pasaba a saludar al viejo sauce y se quedaba horas haciéndole preguntas de puro curioso que era. -Bien nomás -respondió el sauce. – ¡Qué calorcito y ni una nube! -dijo con criterio Cholito.- ¡Ahá!

-Me dijo la mulita que el domingo va a llover… pero nunca la pega -se sinceró el chimango. -Falta que hace -contestó el sauce.

-Dígame, Gerónimo, ¿es cierto que acá había muchos animales y plantas? Según me contó la mulita, esto estaba repleto de pumas, vizcachas, ciervos y chanchos jabalíes que se acercaban a tomar agua, y que usted los protegía del sol, y que albergaba muchos pájaros.

-Hace tanto tiempo… -dijo melancólico el sauce. -Y también me dijo que usted tenía una hermosa y tupida cabellera verde, y que sus hojas llegaban hasta el suelo y hacían dibujitos en el agua.

-Y no le han mentido, amigo -volvió a contestar con nostalgia el sauce. El chimango lo miró con ternura: sabía que el sauce era de pocas palabras. Pero no pudo evitar hacerle otra pregunta. -Siempre está triste… ¿Por eso le pusieron ‘sauce llorón‘? -El palo borracho solo toma agua y se llama como se llama -fue la escueta respuesta del sauce. -Ahí viene la mulita y parece que trae noticias -advirtió Cholito.

-Buenas y santas amigos -los saludó la mulita-. Me contó la lagartija que viene tormenta del Río de la Plata y que el carancho se fue para el norte porque ya no tiene para comer. ¡Y encima con pichones para criar, ¿les parece justo?! La mulita siempre les llevaba las noticias cotidianas del desierto pampeano.

-Cada vez quedamos menos, y si no llueve estamos en el horno -agregó Cholito. -Más que en el horno, estamos fritos -lo corrigió la mulita. -Ey, Gerónimo… se quedó dormido -lo despertó el chimango. -Nunca duermo -replicó el sauce. -Sí, duerme y ronca -agregó la mulita que, al igual que Cholito, no podía disimular su preocupación por el estado del sauce, cada vez más débil e inclinado hacia el cauce seco. Ambos sabían que de seguir la sequía y los vientos muy pronto caería rendido. -El domingo llueve, Gerónimo, así que arriba ese ánimo -lo alentó la mulita, y luego agregó: – ¿Se acuerda cuando se desbordó el río y se me inundó la cueva, y usted me salvó metiendo una de sus ramas para rescatarme? Si no, no cuento el cuento…- ¡Ahá!

-Y cuando la yarará se quiso trepar a su tronco a comerse los pichones de paloma que estaban en el nido y usted la sacó rajando -continuó la mulita, con un discurso casi motivador. Del viejo sauce brotó una sonrisa: -Como pa olvidarse uno. Cholito seguía atentamente la charla, pero su espíritu curioso lo hizo interrumpir el diálogo. – ¿Alguna vez estuvo enamorado, Gerónimo? – ¡Cómo le vas a preguntar eso! -exclamó la mulita. -Qué tiene, ¿no le puedo preguntar? -Alguna vez lo estuve, pero ahora ese amor es inalcanzable -contestó el sauce ante la atónita mirada de los dos visitantes.

-Cuente, cuente… no nos va a dejar con la intriga; todos tenemos nuestro lado vulnerable -acotó Cholito. -Cosas de él -lo retó la mulita, pero también ansiosa por saber algo más. -Cuento pero no se van a reír… -Pero no, Gerónimo, cómo reírse del amor si es sublime -sostuvo el chimango. -Pues estuve enamorado… de la luna -suspiró tímidamente Gerónimo. – ¡¿De la luna!? -exclamaron a coro los oyentes. – ¡Ahá!

-Nos está macaneando, Gerónimo -protestó Cholito-, con todo respeto se lo digo. -No le digas mentiroso -lo volvió a retar la mulita.

-Yo nunca me enamoré del sol o el arco iris sino de alguien de mi especie -insistió Cholito, confundido-, y sentía cosquillitas en la panza.

- ¿Qué fue lo que lo enamoró de ella? -preguntó ahora sin remordimientos la mulita.

-No lo sé, solo se siente adentro -contestó el sauce llevándose una de sus ramas al medio del tronco, como señalando su corazón.

-Será que es misteriosa, que aparece de varias formas y que en la noche nos ilumina -agregó Cholito. -Podía acariciar su reflejo en el río, pero después del dique no me queda ni eso; solo la observo allá arriba tan inalcanzable -siguió apesadumbrado el viejo sauce. Su voz sonaba débil y quebrada. Pensar que hasta hacía poco tiempo aun el viento Pampero, cruel y a veces violento, se silenciaba antes de chocar contra él; eran otros tiempos, cuando el verde sauce, erguido como mangrullo de fortín, se alzaba majestuoso sobre la llanura. Ahora, en cambio, solo debía esperar a que el destino, el Pampero, la sequía o la misma propia resignación vinieran a darle la última estocada.

Por eso que el viejo Gerónimo desató sus propias ligaduras y la que siempre había sentido por haberse enamorado de la luna, sincerándose a pleno con sus dos amigos. Es que nunca lo habían abandonado. -Alguna vez le compuse una poesía, y alzaba mis ramas al cielo y se la recitaba en voz baja. ¡Es que es tan bella y misteriosa! -se arrebató el sauce. -Los enigmas de la luna, Gerónimo -deslizó la mulita. – ¡Ahá! -Vamos, anímese, recítenos la poesía -lo alentó la mulita. -Prometan no reírse de un árbol viejo y estúpido -dijo el sauce.

-El amor mueve montañas, Gerónimo -alentó Cholito. -Ni viejo ni estúpido, ¡enamorado hasta las raíces! -enfatizó la mulita. -Bueno bueno, no se rían o no se las recito -los atajó el sauce. -Dele dele -repitieron los dos entusiastas oyentes. Gerónimo, por primera vez, sacaba a relucir su estructurada y casi callada forma de vivir y de sentir, recitando a sus nobles amigos lo que una vez le había dictado el sentimiento:

El cauce solo es la cicatriz

que cruza por la pampa y se desangra,

el olvido transformó todo en desierto

y del río solo queda su morada.

¡Ayayay, Lunita!, si supieras como extraño

la figura de tu imagen reflejada

en las mansas aguas de mi río:

para ver tu belleza, mis ramas inclinaba.

Hoy te veo, allá en lo alto: poderosa

sembrando en el desierto luz de plata,

cada noche te observo enamorado,

tiemblan mi tronco, mis raíces y mi alma.

Ojalá pronto llueva y este cauce

se llene de agua, de animales y esperanza,

que vuelvan a posar sobre mis ramas,

aquellos pájaros migrados en bandadas.

Ya casi mis raíces se desprenden

de este suelo que ha sabido de bonanzas,

resistiré tan solo hasta que vuelvas,

quiero volver a ver tu imagen en el agua.

Entonces te diré, Luna, estos versos

para que sepas que el amor surca mi savia;

por ahora sobrevivo a duras penas

viéndote allá en lo alto: inmaculada.

Y si eso no sucede, esperaré mi ocaso,

deseando sea de noche y despejada;

así alzaré mis ramas hacia el cielo,

y exhalaré el postrer suspiro hacia mi amada.

-Es hermosísimo y tiernísimo, se me erizaron los pelos del cascarón -dijo emocionada la mulita. -Se me paralizaron las plumas de la cola -no le fue en zaga Cholito-… Cuánta verdad, Gerónimo, en su relato, hablando del olvido, de los recuerdos, de las esperanzas y del amor. Mire: viene tormenta del este, ¿por qué no duerme un poco?, mañana domingo nos vemos y si Dios quiere con lluvia -lo despidió el chimango. -Nos vamos a buscar algo para comer, felices sueños -lo saludó la mulita. -Yo nunca duermo -rezongó el sauce. El sol, como siempre ocurre en el verano, tardó en acostarse. Gerónimo esperó paciente que esa bola naranja fuera devorada por el horizonte allá al oeste, mientras el lucero se iba poniendo poco a poco más brillante; hacia el este, su enamorada luna comenzaba a dar su cotidiana vuelta por esa media parte del globo.

Gerónimo la vio ascender, esa noche estaba más redonda y radiante que otras veces, se veía aún más hermosa, ¿se habría puesto sus mejores galas por algún motivo? El sauce presintió que algo sucedería y por su savia corrió un sudor frío. Pero poco duró el encantamiento: tal como había pronosticado la mulita, unas nubes oscuras y amorfas fueron tapando el cielo y de a poco se deshicieron en lluvia, Gerónimo se fue quedando dormido. Al cabo de un rato la lluvia cesó (tormenta de verano), Gerónimo comenzó a soñar y en su sueño sintió un ruido casi olvidado: era el agua que comenzaba a bajar, seguramente de las montañas lejanas, trayendo un murmullo y un olor a vida que poco a poco comenzó a adueñarse del cauce.

Gerónimo sintió alivio en sus raíces, las nubes ya dispersas dejaban ver la luna allá en lo alto; entonces arqueó su tronco para que sus ramas se inclinaran hasta tocar la imagen reflejada en las nuevas y extrañadas aguas del río; es que ese río que tanto lo había acompañado antaño no lo había olvidado, tan solo no podía llegar a él como antes, desde que le pusieron esa barrera llamada dique. Una sensación de juventud y emoción estremeció al sauce, hizo un esfuerzo por acariciar la imagen de su amada sería tal vez su último acto, y lentamente se fue desprendiendo del suelo que lo había sostenido durante tantos años. Se derrumbó con dignidad, su pesado cuerpo cayó sobre la tierra reseca (ni siquiera la lluvia pudo humedecer el lecho) sin hacer ni un ruido, aunque en su dulce sueño, él, tal vez, haya desdibujado por unos instantes el iluminado reflejo de su luna y ahora en su río repleto de agua y animalitos amigos a su alrededor le estará recitando su poesía.

Dicen algunos lugareños que desde aquel día, la luna detiene su marcha unos instantes sobre ese rincón del Río Atuel y tal vez algún día con sus lágrimas llene el cauce, hará lo que el olvido o la desidia no lograron conceder, por ahora el Atuel sigue haciendo honor a su nombre ‘LAMENTO’ y no precisamente por el ruido que hacen las piedras arrastradas por la corriente.

(*) Oriundo de Winifreda, 34 años en la Armada Argentina, en 1997 recorrió el mundo en la Fragata Libertad, partícipe de la campaña nacional de lectura de 2007 con 10 cuentos para Parques Nacionales y Ministerio de Educación de la Nación y autor de varios cuentos infantiles.

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