El busto del riojano ahora sonríe, carismático y sobrador, como siempre, en la Casa Rosada. Es extraña la política y la memoria: el Carlos Menem repudiado por el peronismo por su herencia política, ahora es reivindicado por los libertarios.
El busto que le negó el peronismo, lo instalan los libertarios con una fiesta. Extraña parábola para el ex presidente. Ni el macrismo tan liberal que parecía lo tuvo en cuenta cuando homenajeó durante su gobierno a Alfonsín y se desentendió de él. Ahora la ultraderecha lo enaltece.
Milei hace una apología lavada (y digerible) del menemismo y los años 90. Adora con esa exasperación y desmesura tan características del presidente sus aristas liberales: el “uno a uno” que anhela implementar, la “cirugía mayor sin anestesia” que logró el único período en que se contuvo el problema inflacionario, las privatizaciones y las multinacionales desembarcando en el país, el alineamiento con Estados Unidos. Hoy está de moda: Milei lo homenajea y los medios se lanzan a documentar su vida. En 2021, cuando falleció, todavía era mala palabra. Pocos fueron a su entierro.
El Presidente Javier Milei junto a Zulemita Menem
Menem fue juzgado en su momento y vivió la condena histórica. Dejó una triste herencia con las consecuencias de la convertibilidad, remató patrimonio del Estado, provincializó –sin las correspondientes partidas– la educación y la salud, se desbocó el desempleo, la pobreza y la precarización laboral, los jubilados fueron ajustados, la deuda pública y la privada se hicieron insostenibles y el tipo de cambio llevó a una de las peores crisis que conoció el país. Fue una década marcada por la corrupción y desastres como los dos atentados terroristas o la explosión de Río Tercero. De hecho, fue el único ex presidente condenado por la justicia. Ahora Milei lo desentierra con toda liviandad, y con el apoyo de los trolls con que se maneja, y promocionando su “legado”.
Pero Menem era también un peronista. Tan populista como lo es Milei, pero peronista. Fue un hombre de Estado que remató el Estado.
Esta frase me recuerda un artículo que el periodista Martín Rodríguez escribió en 2018 en LPO, un buen artículo, en el que hacía un balance por los 35 años de democracia. Allí se preguntaba: ¿nadie nunca osará ponerle un busto a Menem?
Con una fina argumentación, afirmaba que hubo una paternidad compartida de la democracia entre el Alfonsín de los Juicios y el Menem que reprimió a los carapintadas y después “pacificó” con los indultos. Y que también consolidó la democracia con la estabilidad y el consumo popular en su adhesión a la economía de mercado, una “inclusión social” de muchos que tapaba el bosque de otros tantos excluidos. Un capitalismo que inauguró una década, la de los 90, que le regaló diez años inolvidables a la clase media, y que también dio fundamento a otra, la de los 2000 con la emergencia del “que se vayan todos”.
Y ahora vamos a lo nuestro: La Pampa. Menem, de la mano del gobernador Rubén Marín, fue venerado en los 90 por buena parte de la dirigencia del PJ. No porque Marín fuera menemista. Marín era peronista. “Soy peronista y por eso soy verticalista, y alguien siempre tiene que ordenar. Y Menem era el que podía”, dijo una tarde durante una charla en su living. Un pragmático que sabía leer la realidad política. Se abrazaba con uno, se abrazaba con otro, pero nunca sacó el pie del plato.
La Pampa, y el peronismo, se pueden hacer los distraídos, pero Menem ganaba y ganó hasta en su peor momento cuando fue por la reelección en 2003: sacó el 28% contra el 20% de un sorpresivo Rodríguez Saá y el 18% de un Kirchner desconocido.
Después vino el ostracismo para el ex presidente, el peronismo lo juzgó y lo ocultó. Tiempos ya del kirchnerismo. Cristina Fernández lo defenestró y a todo lo que simbolizaba; con Alfonsín primero lo ninguneó y después lo reivindicó. El neoliberalismo dejó muchas heridas, sangrantes, recordables. La revisión de la historia por el peronismo negó a Menem como parte del pasado, y en La Pampa ocurrió lo mismo. Tal vez haberlo ocultado y no haberlo abordado críticamente, haya conducido en el peronismo nacional a estrechar las visiones de ese movimiento que se fue volviendo cada vez más doctrinario y cerrado.
Ahora, desde otro ángulo, se rescata la memoria de Menem. O parte. Milei lo santifica y el diputado nacional Martín Ardohain desde el Pro más libertario olvida que fue un presidente peronista y festeja su entronización. Ardohain, pasado de rosca, está viviendo el sueño del pibe liberal que encontró un gobierno a su medida. Como los liberales de los 90, y al decir de esa época, ahora ve al caudillo riojano “rubio y de ojos celestes”. A través de la mirada distorsionada de los libertarios. La realidad es otra.