En este impactante presente de cierre de sucursales del Correo (incluida Winifreda), despido de empleados, locales vacíos, se revela el malestar que se abre paso en el sentimiento social ante la pérdida de un capital cultural y comunicativo arraigado en la población.
El correo moderno se inició en Argentina con la propia vida de la república. El primer presidente, Bernardino Rivadavia, creó en 1826 la Dirección de Correos, Postas y Caminos que con el avance de los sistemas de comunicación (carreteras, ferrocarril, telégrafo) devino en la especialización de correo postal.
En la pampa gringa (fines del siglo XIX) el correo fue llegando con la extensión de las vías férreas y las fundaciones de los pueblos en torno a la estación del tren.
En Winifreda, a partir de la primera calle larga paralela a las vías (recordemos que la estación se inauguró en 1915), fueron creciendo los negocios, tiendas, almacenes, y en alguno de ellos hubo un espacio para la estafeta autorizada por el Estado, atendida por el mismo dueño del comercio. Era la mensajería de sobre y papel, de encomiendas que todavía no se repartían a domicilio por la simple razón de que el pueblo estaba haciéndose a medida que las tierras de Drysdale se iban colonizando con los chacareros arrendatarios.
Cuenta Ángel Cordone en sus “Apuntes históricos” sobre Winifreda que en junio de 1928 la estafeta se transforma en Oficina de Correos, provisoriamente a cargo del Inspector Juan Machicotti. Luego, “desde la Oficina de Anquilobo, llega el día 7 de julio el Sr. Ernesto Rollo (…) El señor Rollo era secundado por el auxiliar Rafael Basualdo. Era muy apreciado entre nosotros el Sr. Rollo, pero el día 30 de diciembre de 1928, es trasladado por su propia voluntad a otro sitio. El primer cartero del pueblo fue Estanislao Cases”. Finalmente, para la historia oficial, el Correo se inauguró el 12 de julio de 1929, cuando ya era Jefe establecido Rafael Basualdo.
Por entonces, el Correo se integraba con otras instituciones del estado, por ejemplo con la escuela primaria a través de fomentar el ahorro (extraña época sin inflación ni deterioro de nuestra moneda). Los niños podían obtener estampillas de distinto valor que se pegaban en una Libreta respaldada por una “Caja Nacional de Ahorro Postal” y sellada en la sede del Correo. Los adultos también utilizaban este servicio de depósito y retiro de fondos “sin previa transferencia, ni pago de impuesto alguno, en cualquier oficina de correos habilitada en toda la República”, según rezaba en la carátula de la libreta. Esto duró hasta 1970 cuando el gobierno de facto del general Onganía decretó la conversión de la moneda mediante la famosa Ley 18188 (quita de dos ceros a los billetes: de pesos moneda nacional a “pesos Ley”), y por lo tanto la devaluación de la economía y el adiós, entre otras cosas, al valor del ahorro postal.
También, atrás queda la historia de la filatelia, la afición por el coleccionismo de timbres postales de distintos países; la familiaridad con el cartero, cuya labor y relación con la gente iba más allá de un simple empleado público que cumplía un horario en el reparto de la correspondencia. O el mismo titular del Correo, considerado una ‘autoridad’ equiparable al jefe de Estación del tren, al director de la Escuela o al Jefe de la imponente planta de silos de la Junta Nacional de Granos.
El correo argentino pasó por conatos de modernización tecnológica y de ingreso en el circuito de la “paquetería” que se mueve a través del comercio digital. Evidentemente, los correos de los pueblos han sufrido con la competencia de servicios. Otros correos, otras vías de comunicación, comisionistas, empresas de transportes de pasajeros y encomiendas se hicieron más eficientes en la recepción y distribución de las demandas del consumo. Entonces, ¿cómo revitalizar el Correo que creció junto a la vida de los pueblos en este presente de desguace y despersonalización del espacio público?
Correo estanco
Se dice que el correo más viejo de Occidente es el del Reino Unido. Me permito sugerir, a modo ilustrativo de lo que acontece hoy en día, ver un capítulo de la miniserie de tv “Mr. Bates vs the Post Office (El Sr. Bates versus el Servicio Postal)”. La trama de la serie sigue el proceso de una estafa informática, pero lo interesante es observar cómo en los pequeños pueblos de Gales (allí se ambienta la ficción basada en una hecho real), en los comercios (una pastelería, un maxiquiosco, una mercería) existen oficinas del correo en compartimentos estancos.
Quizás el futuro próximo depare esta alternativa para la tradición del correo nacional, una especie de rebrote vintage de la estafeta. No sería lo mismo, porque vamos aprendiendo –como lo señaló el barbado Carlos Marx- que la historia se repite como comedia. O tragicomedia.