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  • Foto del escritorFernando “Catuto” Ojeda

“GUARDA LA TOSCA”


FERNANDO OJEDA·MIÉRCOLES, 7 DE SEPTIEMBRE DE 2016

En el pueblo los inviernos eran un poco más largos que en cualquier ciudad, las primaveras se diferenciaban poco de los veranos, ambas estaciones estaban repleta de vientos calientes y pájaros que en otras épocas solo se los veía por el campo; pero las reiteradas fumigaciones áreas y terrestres con nauseabundos olores, la muerte de muchas especies de insectos, las lagunas contaminadas los corrieron hacia el pueblo. La estación más linda al fin y al cabo seguía siendo el otoño, con su sol dorado y sus temperaturas amables. En otoño no había vientos y la pampa en esa época tiene la apacible letanía de los días llanos, sin la hostilidad del desierto . Nos faltaba un río, siempre nos faltó un río.

Durante los inviernos en el pueblo como máxima diversión teníamos el fútbol, a horas tempranas de la tarde, en la canchita de Guarda la Tosca, lindante con la casita de doña Barbarita que siempre nos amenazaba con cortar la pelota en pedacitos. Pobre vieja le interrumpíamos su paz de ojo vendado y su cariño a la gallina que la había criado como a un cuzco. Cuando no era el fútbol, teníamos el ajedrez o los juegos del parque Oscar Rojo. De vez en cuando juntábamos coraje y nos escapábamos al monte del tolo. A veces cuando podíamos, nos trepábamos a los vagones de carga que Ferrocarril Sarmiento dejaba por un fin de semana hasta que volvieran a partir cargados de cereal. Creo que la infancia de nuestro pueblo pudo ser otra si hubiésemos sido testigo del ferrocarril con pasajeros, pero cuando nacimos la dictadura ya nos había amanecido y los trenes fueron condenados al olvido de la historia oficial. En los 90 ya adolecentes, supimos que todo era propicio de ser privatizado y los terrenos del ferrocarril dejaron de ser por un tiempo propiedad del estado. Hoy las vías están enterradas, ahí donde antes llegaba el ferrocarril ahora hay un par de juegos para convertirnos en cuerpos atléticos o acaso anaeróbicos. Entre nosotros, los que nos juntábamos a jugar al futbol o de los que nos íbamos al monte o a treparnos a esos vagones dormidos siempre había alguien que sobresalía, por ingenio para la expedición, porque su pegada a la número 5 era perfecta o por su puntería para cazar pajaritos.

En la canchita de Guarda la tosca hicimos nuestras primeras armas, jugando con los más grandes: el Gitano, el Capelin, Marcelo, Ariel, el Gallito, después veníamos nosotros y después llegó Pablito.

Cuando nos vinimos un poco más grandes empezamos a jugar en el club o a entrenar con el equipo de la municipalidad. Ahí íbamos todos, los chuecos y los no tan chuecos, los de la Flecha y los de las Adidas, llegaban los del barrio El molino, que durante muchos años habían sido jugadores de los equipo de Don Diaz, también llegaban los del barrio La Lomita, que después pasó a llamarse barrio El Azteca. Lo principal era jugar, y estar listos para ganarle a All Boys y a Belgrano, lo demás no importaba. Es decir, si Sarmiento nos ganaba, volvíamos un poco cabizbajos pero no maltrechos. Sarmiento era un club de barrio y era tan pueblo como nosotros. Pero All Boys y Belgrano siempre fueron los poderosos y a esos había que bajarles el copete. Cuando nosotros nacimos nuestros tíos, viejos y primos siempre nos inculcaron que a ellos All Boys les tenían miedo, que Belgrano era un club de cajetillas, entonces nosotros no podíamos ser menos.

Entre nosotros teníamos a Darío, hijo de un albañil y madre cocinera. Darío era uno de los más habilidosos, jugaba de 10, fue uno de los primeros que llegó a primera. Mientras nosotros crecíamos jugando al pelota y pensábamos en ganarle a All Boys y a Belgrano, el fútbol comunitario crecía en el complejo del parque Don Tomás de la ciudad de Santa Rosa. Un proyecto que creció por un cura salesiano y algunos políticos que aun creían en un progreso social más justo a pesar de los 90 que nos apretaban la punta de los pies. En el pueblo la idea del fútbol comunitario se pudo hacer porque un tipo llamado Nelson pensó que era momento de llevar adelante alguna de las políticas empleadas por aquel primer gobierno peronista donde el deporte fue pensado como herramienta transformadora de la realidad. El técnico del pueblo entonces tenía que tener las cosas claras y lo principal era que el pibe creciera jugando al fútbol con un sentimiento de compañerismo y solidaridad y para eso convocó a un tipo que siempre había jugado al fútbol, por eso lo llamó a un tal Pety. Pety había sido 10 de Winifreda, había sido obrero del asfalto y ahora estaba en el pueblo y con tiempo para el futbol para enseñar a otros lo que el antes había aprendido. Se jactaba de dar algunos consejos y siempre sostuvo que al futbol no se lo puede enseñar, que se aprende uno a parar en la cancha y lo demás viene solo, que el jugador nace y en todo caso lo que se aprende es a ser buen compañero, que la pelota se juga con el que está de frente, que si la aprendemos a tocar de primera nadie nos puede quitar la pelota, que hay que cabecear con los dientes apretados y los ojos bien abiertos, que si abrimos los brazos nunca usamos los codos, el arquero puede jugar un poco adelantado cuando ya sabe moverse debajo de los tres palos, que cuando uno saca el lateral tiene que tener los talones bien firmes pegados al suelo, que cuando vamos ganando podemos ganar tiempo en alguna caída, lo principal es saber jugar en equipo, adentro y afuera de la cancha. Que los de afuera son de palo y al único que escuchamos es a nuestro compañero y al técnico. Cosas como esas nos quedaron del Pety técnico, también nos quedó la imagen de un tipo que fumaba particulares y le escondíamos la pipa.

Nelson, el que lo llevo al Pety al fútbol es un negado por algunos politiqueros que no pueden aceptar que un setentista haya tenido que volver de La Plata por haber sido un perseguido político de la dictadura militar. Acaso algunos de los que le reconocen ese pasado lo acusan de subversivo. Con el tono en que la palabra subversivo era usada por los militares del 76.

Mientras nosotros nos veníamos más grandes, los 90 hacían más mella en la estructura social y económica del país y nuestro pueblo no era ajeno a eso.

Cursabamos en el colegio secundario IPCR (Instituto Privado Cristo Redentor) en 5 años que estuvimos allí nunca se nos habló de la teología de la liberación, ni se nos contó que nuestro pueblo había sido testigo de que una joven política universitaria había sido apresada por la dictadura militar acusada de subversiva. Esa mujer joven y universitaria se llama Raquel Barabaschi. Pero nadie nos dijo nada, Tuvimos que superar los noventas y acaso los 2001 para que otra fuera la mirada sobre Raquel y así y todo aun nadie levanta su nombre para hablar de ella como alguien que busco otro destino para el pueblo y el país.

Los que jugábamos al futbol no éramos revolucionarios ni cajetillas, algunos escuchábamos rock y hacíamos radio, a veces criticábamos y otras estábamos al pedo en la esquina del parque inventando algún chisme para divertirnos como corrían por todo pueblo de boca en boca y cómo iban creciendo. Un día la vieja Julián nos mandó a cagar porque comprobó que aquello que vociferábamos a los gritos y ella lo reproducía luego, era una gran mentira para divertirnos.

Nosotros los que jugábamos al fútbol los domingos éramos girasoleros. El tiempo pasó y siempre soñamos con llegar a primera. Ninguno de nosotros lo logro, es decir de llegar a ser de esos jugadores que se los ve por televisión. Uno que si llegó y una patada mal puesta lo dejo a mitad de camino fue Daniel “Pirley” Martinez. Hoy el Dani es el médico de la selección.

Muchos lo vimos jugar con la remera del bichito colorado. Algunos vaticinaron que estaba a la altura del bichi Borgui. Al Dani lo supimos ver jugar al futbol reunidos en el bar La Terminal. El que atendía Gaspar, un tipo que tenía colgado a sus espaldas el retrato del Che; cuando aún no era moda. Otros se juntaban en el boliche de García a vivar al Dani y otros se iban a la cantina del club atendida por el gordo Rouco, un jetón hincha de Talleres de Córdoba.

Ninguno de nosotros llego a primera, pero aun olemos los colores ocres del otoño, aun recordamos las salidas al monte del tolo, aun pensamos que algún día veremos llegar un tren lleno de pasajeros, aun pensamos que es posible que uno de nosotros llegue a gritar un gol con la camiseta argentina. Ninguno de nosotros llego a primera pero sobrevivimos a los noventa. Ya no tenemos la canchita de Guarda la tosca, algunos se fueron del pueblo, otros volvemos de cuando en cuando y otros se fueron a un mundo más vasto, el de las estrellas y el cielo.

este cuento se publicó en el libro IDENTIDADES, EDITOARIAL SIETE SELLOS, AÑO 2016.

“Guarda la tosca” perteneciente al libro Identidades. editorial Siete Sellos, ed. Cooperativa, ISBN 978-987-46250-1-4.

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